La perfecta fusión de identidad musical nacional (en los ritmos y en la coreografía y en la propia Helena) con appeal pan-europeo hicieron de esta canción la ganadora en 2005, y hoy, a ocho años de distancia, el estándar sigue vigente. Esto es a lo que aspira quien quiere ganar Eurovisión: una canción que exalte el estilo y características musicales de su país, y que al mismo tiempo resuene en Suecia y en Malta y en Israel y en Irlanda y en todos los países -tan distintos- que concurren al festival.
En una década en donde los bloques eurovisivos se jalonearon entre sí por imponer su estilo (ya sea la balada étnica de los Balcanes, los sonidos electrónicos escandinavos, la música más mainstream de los países occidentales, o cualquier otro...), esta canción logra como pocas "dar en el clavo".
Sin grandes pretensiones, la canción de Grecia aquel 2005 resultó ser genial, y lo sigue siendo hasta hoy. No lo suficiente como para ser el número uno de este conteo, pero sí un muy buen sexto puesto.
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